AUSENTE ESPAÑA
Pareciera que la visita de Barak
Obama a La Habana –histórica sin duda- hubiera competido con la del papa
Francisco, hace unos meses y si me apuran con el mismísimo Espíritu Santo de
haberse manifestado. Hace menos de un año fue el presidente francés, François
Hollande, quien pudo entrevistarse con el líder de la Revolución Fidel Castro
en persona, poco después de que a nuestro ministro de Asuntos Exteriores, José
Manuel García Margallo, le diera el presidente Raúl Castro con la puerta en las
narices.
Probablemente, Hollande recordara la
exclamación atribuida a su antecesor y conmilitón, François Mitterrand, el de
la “grandeur”, ante un subcontinente comunicado por el castellano: “¡Ah, si
tuviéramos nosotros Latinoamérica!”
Y es que en Cuba la sombra de José María Aznar es alargada. En 1996, recién llegado a la Presidencia, Aznar logró que la famosa Posición Común Europea hacia Cuba (por la que ni agua habría que darle, si no aceptaba la democracia) saliese adelante con el apoyo de los 15 países que entonces integraban la UE. El entonces presidente Fidel Castro nunca aceptó la postura europea, mientras que España abdicaba de su relación con la isla a favor de la Unión Europea. Y esto fue así hasta que el ministro de Exteriores del gobierno de Rodríguez Zapatero, Miguel Ángel Moratinos, intentó sin éxito derrotar la Posición Común, algo que Hollande ha sabido aprovechar en su visita a la francofonía caribeña.
Quiso la suerte que por razones de mi
profesión periodística me hallara presente en Buenos Aires de 1987 a 1993
coincidiendo con el primer desembarco de España y las empresas españolas en
Argentina, pero también en el resto de un subcontinente americano que había
dejado atrás los años de plomo y se encaminaba decididamente hacia la democracia.
El entonces presidente Felipe González, aclamado en todo el subcontinente allá
donde fuera y con una popularidad envidiada por medios europeos como “Le Monde”,
aterrizaba, al estilo gringo, rodeado de presidentes de las empresas que
querían invertir en Iberoamérica.
El terreno estaba en parte abonado. El
eco del éxito cosechado por los Pactos de la Moncloa impulsados por Adolfo
Suárez permanecía como el susurro del Big Bang de la democracia surgida del
franquismo, aplicable, en el caso de Argentina, a su reciente salida de la
dictadura de Videla y compañía. Poco a poco, sin estridencias en los primeros
momentos, fueron aterrizando Telefónica, Endesa, Repsol, la banca comercial, Canal
de Isabel II, Aguas de Barcelona, aseguradoras como MAPFRE o constructoras,
hasta que su implantación en las economías y las sociedades latinoamericanas llevó
a los círculos más nacionalistas a acuñar el peyorativo eslogan de la Segunda
Conquista. Pero no cupo duda de que los servicios esenciales -agua,
electricidad, telefonía- dieron un salto de gigante con la experiencia de las
empresas españolas.
Ayudaban de manera sustancial las
frecuentes visitas de los Reyes y de Felipe González a los países de
Latinoamérica y el Caribe, en loor de multitudes; la consecuente acción cultural
y humanitaria, y la creación y consolidación de las Cumbres Iberoamericanas que
a partir de 1991 configuraron un marco de confluencia y de influencia difícilmente
repetible.
Desde el estallido de la crisis
económica, la presencia institucional de España lleva años languideciendo,
ausentándose, y sólo la potencia del idioma y la fortaleza de sus empresas resisten
el eclipse total. Importante es la inversión española en el sector turístico en
Cuba que ahora sufrirá la competencia de las grandes cadenas norteamericanas.
De ahí que ante la visita de Obama se
pueda sentir un cierto resquemor -¿dónde está España en todo el
escenario?- por mucho que al himno
norteamericano le preceda la orden: “¡Presenten armas!” en el más eufónico
idioma español.
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