lunes, 4 de abril de 2016

UNA ENTREVISTA CON LA VIUDA DE MIGUEL HERNÁNDEZ CINCUENTA AÑOS ATRÁS
                                                                      y II

  (Esta es la entrevista a Josefina Manresa, difícil por el silencio y el recelo que rodeó la que aseguran -no sé si del todo cierto- que fue la primera concedida a un medio nacional español, publicada en el número 356 de La Estafeta Literaria, el 5 de noviembre de 1966.)

Pasead por Elche, pero no lo hagáis por los concurridos callejones del centro; preferid las anchas calles sin pavimentar de los nuevos barrios y observaréis la diversidad de España: manchegos, extremeños, andaluces, murcianos. Jocosamente se dice que Elche es un detergente tan eficaz que ha dejado sin Mancha a España, pero no hay que bromear con el trabajo ni con la aventura de cada vida (…)
Las cinco de la tarde y en Elche llueve (…) Doña Josefina Manresa, viuda de Miguel, de Miguel el poeta, el pastor, sabe que llueve cuando sus ojos marrones y  profundos, casi negros, miran más allá de la ventana y tratan de sacar lágrimas del saco vacío que en otro tiempo albergó mares.
Está ahora en Elche, pero nació en Quesada, provincia de Jaén. De joven marchó a Orihuela y trabajó en un taller de modistillas, y un día, cuando Miguel pasó ante la ventana y miró hacia adentro, supo doña Josefina que se había enamorado de ella y pensó que no tardaría mucho en enamorarse de Miguel.
─Me pide que recuerde…
(su mano deja casi oculto el pálido rostro de una mujer que en su madurez serena guarda como una reliquia la belleza de aquella juventud que deslumbrara a Miguel al través de una ventana)
--(...)
─A él no le gustó nunca ser pastor. Su verdadero pesar era no haber cursado una carrera como le ofrecieron los jesuitas. Ser pastor era para él más un tema poético que una nostalgia de su antiguo oficio.
─¿Cómo era en familia?
─Era bueno, tratable, comunicativo… no sé qué más cosas decirle. Para mí era un santo. Pero no me gusta recordar.
─Debes hacerlo, mamá.
Manuel Miguel Hernández Manresa, Miguel para los amigos, desnivela a mi favor la balanza de la conversación. Me explica que constituyen una familia retraída; que hace muy poco cambiaron de piso, que no les gusta hablar con los demás; que nunca han querido conceder ninguna entrevista; que sus vidas transcurren tranquilas, sin complicaciones. También me cuenta que quiere levantar una librería sobre el solar de su antigua vivienda, que los libros de su padre se han traducido a muchos idiomas, que aumentan los derechos de autor…
─¿Qué significado tiene para ti ser hijo de Miguel Hernández?
─Me siento contento de ser su hijo, porque él fue un gran poeta. Para mí los dos mejores poetas del mundo han sido Antonio Machado y mi padre.
Miguel Hernández hijo anduvo trabajando en Madrid en una editorial y se codeó con intelectuales, artistas y poetas.
─Casi todos han sentido el vacío de un premio literario que llevara el nombre de mi padre.
Doña Josefina asiente. Su bello rostro tiene algo de las vírgenes de Salzillo: una expresión de cejas quizá, o unos ojos que guardan intimidades; no sé, pero algo hay en él, algo.
─¿Tiene usted alguna poesía inédita deMiguel?
─Creo que no; me parece que se ha publicado todo.
─¿Las sigue usted leyendo?
(Ella sonríe. Si los poetas tuvieran una sonrisa que les definiera…)
─Ya no las leo, no leo nada, porque las he conocido antes de que las escribiera Miguel. Salieron de nosotros.
Mientras Miguel siguió en Alicante, ella estuvo allí, con él, pero sin él.
─La cárcel fue para mi marido una universidad. Aprendió a tratar al hombre más profundamente. Estudió mucho, francés e inglés sobre todo. Él decía que adquiría experiencia.
─¿Recuerda usted si Miguel, por aquel entonces, tenía algún proyecto?
(Nuevamente, doña Josefina cierra la puerta de su memoria y dice que no recuerda. Su hijo insiste.)
─Pensaba irse a América para hacer dinero; luego quizá se reuniera con nosotros, o nosotros con él, no lo sabía.
Después de lo de Alicante, doña Josefina se trasladó a vivir a Cox.
─Allí sí que lo quieren y le recuerdan; sin embargo, en Orihuela…
En Elche tenía dos hermanas. Elche es la ciudad del trabajo. Y a Elche se fueron a vivir. De una villa agrícola pasaron a una ciudad industrial. Y doña Josefina comenzó a trabajar en su antiguo oficio: modista. Trabajaba en su casa –puntada tras puntada- hasta que la sorprendía la madrugada, sin descanso. Ella sabrá todo lo que en esos años habrá podido evocar de su Miguel, porque quizá sea el de modista el oficio más apto para que se agolpen los recuerdos.
─Trabajé tanto que se me estropeó la vista y tuvieron que operarme hace cinco años. Ahora también trabajo, pero menos.
Mientras habla la observo y pienso en lo que de ella pudo atraer al poeta: ¿su belleza?, ¿su sencillez? –“Te me mueres de casta y de sencilla”-, ¿su retraimiento? –“Por piedra pura, indiferente, callas”
Le formulo la pregunta y su rostro de cera se arrebola; su sonrisa pierde timidez y se hace franca.
─Si leyera las cartas lo sabría.
─¿Sus cartas?
─Sí, seguramente se van a publicar, aunque a mí no me gusta que se sepan sus cosas y las mías. Me da vergüenza.
Miguel tercia en la conversación.
─No sabemos si se publicarán en vida de ella o a su muerte.
(A veces impresiona que se hable de la muerte con tanta sencillez, pero quizá sea una cuestión de costumbre –“¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla!...")
El tiempo pasa y la tarde cae. En Elche ya no llueve, pero doña Josefina Manresa, viuda de Miguel, de Miguel el poeta, el pastor, sigue mirando por la ventana. Sus ojos ruegan que no sigamos hurgando. Es una súplica muda que fluye con cadencias de poema.
Afuera, los niños juegan y chapotean en los charcos con sus katiuskas nuevas.

(NB.- Manuel Miguel murió tres años antes que su madre a la temprana edad de 54 años. Dejó viuda y dos hijos dedicados a cuidar el legado del poeta)

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